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Firmó una cláusula antidilución y no te imaginas lo que pasó.

photo credit: Joe Dyer SplashArt Pic via photopin (license)

Hay cláusulas del pacto de socios con una especial tendencia a despertar el dogmatismo. Ya sabes, cosas como: ¡si firmas una cláusula antidilución estás muerto!

Los abogados (esa especie infrahumana a la que pertenezco) solemos tener una visión relativista de las cosas, y nos producen urticaria las verdades absolutas, porque la verdad cambia en función del contexto, lleno de circunstancias variables.

Por eso no me he resistido al clickbait en el titular; ya te advierto que era sarcástico.

¿Qué es la cláusula antidilución?

La cláusula antidilución le sirve al inversor para minimizar (o incluso anular) la pérdida de valor que le produciría la dilución de una ronda a la baja. Para no hacer el post más largo obviaré disquisiciones sobre la dilución buena y la dilución mala, pero si quieres una buena explicación, la encontrarás en este post de un financiero que sabe de lo que habla.

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Cuatro tipos de inversores de los que debes huir

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Todos sabemos que el mejor inversor es el cliente, porque la mejor financiación es la que proviene de las ventas. Pero también sabemos que esa situación ideal no siempre es posible, porque en la mayoría de las ocasiones es necesario recibir inversión con la que terminar de desarrollar el producto que vamos a vender, o para financiar el marketing del servicio que ofrecemos al mercado, o por mil razones más.

Por eso hablar de startups es hablar de rondas de inversión y de inversores, que los hay, como las flores, de todos los colores.

Al inversor lo conoces cuando te relacionas con él y ves su operativa, sus criterios de inversión, y su política de participación y/o control sobre la sociedad invertida. El inversor es una pieza clave del proceso de creación y lanzamiento de un proyecto de base tecnológica, y es importante saber relacionarse con él (como apuntaba en mi anterior post).

Y obviamente, al inversor no hay que demonizarlo; sin business angels o sin inversores de capital riesgo no existirían una gran parte de las startups. Y que el inversor pretenda una gran rentabilidad en su inversión no obedece a una ambición desmedida, sino a un modelo de negocio, el de capital riesgo, que sólo puede funcionar razonablemente si se obtienen rentabilidades exponenciales en los casos de éxito que compensen el elevado número de inversiones que acaban en fracaso.

Ahora bien, al margen de lo anterior, hay algunos inversores que siguen comportamientos de los que hay que huir. Afortunadamente son una clara minoría, pero están ahí.

Los signos que deberían llevarte a “huir” de un inversor pueden ser de muchas clases; vamos a hacer un resumen de algunos de ellos:

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Emprendedores Gollum, inversores Gilito… y Darwin

photo credit: Tom Simpson via photopin cc
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photo credit: Gage Skidmore via photopin cc
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La relación inversor emprendedor se caracteriza por funcionar sobre una tensión de intereses. En este tipo de relaciones, a diferencia de las que suponen una contraposición de intereses, el objetivo es compartido: ambos persiguen que la startup tenga éxito.

No obstante, existe una tensión entre los intereses de cada parte por cuanto ambas persiguen maximizar su beneficio, y el beneficio a repartir, evidentemente, es sólo uno, por lo que cada porción de ese beneficio que quede en poder de una de las partes lo será en detrimento del beneficio de la otra.

El equilibrio de intereses

Estos conceptos básicos de las relaciones negociales deben ser bien entendidos tanto por inversores como por emprendedores, pues en otro caso su relación puede ser complicada. La tensión de intereses no es nada negativo, pero debe gestionarse adecuadamente, asumiendo que debe alcanzarse un equilibrio razonable para cada parte.

Así, en una inversión en fase seed, el inversor debe entender que el equipo emprendedor es la pieza clave de cuyo talento ha nacido un proyecto capaz de generar beneficios, y de cuya vinculación y motivación dependerá en gran medida su éxito.

Del otro lado, el emprendedor no debe olvidar que los recursos económicos son imprescindibles para el éxito del proyecto, y cuando éste todavía no los genera por sí mismo ha de recurrirse a un inversor que realiza una apuesta de alto riesgo que sólo se justifica financieramente si la rentabilidad esperada también es elevada.

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